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Estrategias para afrontar las rabietas

Cuando hablamos de rabietas infantiles es frecuente que todos tengamos una imagen muy, muy real de esas situaciones repetidas en las que nuestros niños se enfrentan a nosotros con gritos, llantos y conductas exageradas, dejándonos casi sin recursos para o bien consolarlos cuando entendemos su causa, o bien hacerles entrar en razón cuando aparentemente no hay causa que justifique tanto drama.

La rabieta, como su propio nombre indica es la expresión de la rabia, es una emoción que surge para defendernos, poner límites y demostrar lo que nos molesta, ayudándonos a cambiar situaciones. Durante el  primer año de vida suele expresarse con llanto y progresivamente con rabietas, muy habituales durante los dos años, cuando el niño empieza a resistirse a los intentos de los demás por controlarlos.

Esta emoción puede darse en exceso, cuando las cosas tienen que ser siempre como ellos quieren, por defecto cuando todo les parece bien aunque les haga daño o no estén de acuerdo, o en equilibrio, la más deseable, cuando el niño lucha por lo que quiere o necesita y si no puede conseguirlo logra superar la frustración que le produce.

Cuando los niños sienten que las cosas no son como ellos esperaban, necesitan liberar esta emoción tan intensa y para ello cuentan con el lenguaje, siempre que haya un adulto dispuesto a escuchar, con el juego simbólico, la risa y como no, el llanto y las rabietas.

Para entenderlos necesitamos saber que las rabietas son una respuesta al estrés físico o psicológico. Cuando el hipotálamo se activa con una señal de alarma, el sistema nervioso simpático prepara el cuerpo para la acción, tanto de huida (adrenalina) como de lucha (noradrenalina). Y al mismo tiempo, la glándula pituitaria activa una hormona (ACTH) que se encarga de regular los niveles de cortisol.

Si analizamos las lágrimas de nuestros niños en esas situaciones de rabia, comprobamos que contienen residuos de estas sustancias. Son un proceso reparador natural que les ayuda a restaurar el equilibrio  emocional y corporal, liberar energía y reducir la tensión sanguínea.

Y ahora que entendemos los beneficios de una buena rabieta, podemos preguntarnos qué hacer ante ellas como adultos.

Desde luego lo primero sería mantener nuestra proximidad física, un buen abrazo proporciona seguridad, confianza, alivia tensiones, mejora su autoestima, de modo que, por ejemplo cuando el niño vuelva a ver un perro que le asusta después de haber llorado por la misma situación abrazado por su madre, podrá reaccionar con precaución, pero no se sentirá igual de aterrorizado que la primera vez.

Mantener diariamente (no solo durante el momento de las rabietas) una  atención consciente, especial, individual, durante los primeros años de su vida, siempre que el niño nos necesite, atenderle dejando que él lleve la iniciativa y no convertir esos momentos especiales en “académicos” (aprovecho para enseñarle…), también es fundamental.

Es muy importante escucharles, sin analizar ni juzgar, debemos ser capaces de escuchar sus expresiones de enfado, pena o miedo. Esto es muy difícil, ya que como padres deseamos que sean felices y olvidamos la importancia de dejarles experimentar todas las emociones existentes. No hay que ignorar esas conductas, ni intentar que las repriman, ya que les ayudan a avanzar hacia sus metas. Eso sí, siempre intentaremos canalizarlas adecuadamente, es decir, llorar está bien, reconozco tus sentimientos y me mantengo tranquilo. Si nosotros conseguimos esa actitud, ellos acabaran por estar también tranquilos y puede que no les haga falta nada más. No se trata de ignorar o distraer, sino de ofrecer apoyo emocional y verbal¸ explicarles porqué se sienten así y cuando es imprescindible “forzarles” a hacer algo en contra de su voluntad, aceptar sus legítimas protestas, intentando no perder la calma. Y para ello, el adulto, solo puede pensar en el futuro, y en los beneficios que a largo plazo le reportará tener aguante y calidez emocional.

RABIETAS INFANTILES

No siempre es fácil convivir con niños emocionalmente sanos, ya que no son pasivos ni dóciles, saben lo que quieren, lo que necesitan y pueden llegar a ser muy tenaces para conseguirlo. Son egocentristas por su edad, esa es su única realidad, y para ellos es imposible ponerse en el lugar de los otros.

Concluyendo, ante las rabietas no se trata de ignorar, castigar, distraer o darse por vencido, sino en reconfortar, escuchar, comprender y dar la oportunidad de liberar una emoción incómoda pero necesaria ante una experiencia frustrante o aterrorizante, de manera que en su futuro no se desencadenen respuestas de estrés parecidas.

La clave está en ayudar al niño a sentirse seguro para expresar su rabia canalizándola positivamente, “Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite”

Rabietas emocionalmente necesarias.

Adultos emocionalmente preparados

Rabieta: emoción infantil necesaria, malinterpretada, malentendida.

Lo importante de tener rabietas

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